Cronica de un viaje anunciado

Con mucha anticipación y no muy poca dosis de entusiasmo había planeado viajar a Bolivia con mis hijos aprovechando sus vacaciones de verano. Parte del plan consistía en darnos una vueltita de popularidad por las principales ciudades del país, especialmente por esos de la llamada media luna porque a esos de la luna menguante ya no voy hace años porque la altura me hace suceder y mi taquicardia no se amaina ni con esas píldoras para el sorojchi.

Presenciar algunos de sus sitios espectaculares como el salar de Uyuni, el llamado “camino más peligroso del mundo”, ese serpenteado camino sembrado de cruces por las muertes de los que se desembarrancaron por el atrevimiento, mortal ruta que une las faldas de los nevados del imponente Illimani con el paraíso semi tropical de los Yungas en el departamento de La Paz figuraba prominente en la lista.

Pensamos también visitar la sección “titi” del lago, porque “caca”, la otra mitad, pertenece a Perú y no quisimos aventurarnos tan lejos. También el itinerario incluía visitar el parque de Toro Toro y las cavernas del Umajalanta y muchos otros lugares más que teníamos pensado.

Naturalmente visitar a mi familia y colateralmente compartir unos momentitos con mis amigotes era quizá la razón más importante del viaje.

Sabiendo de antemano que cosas interesantes e inesperadas suelen suceder en el país donde “todo y nada pasa” como lo dijo el mismo mono Estenssoro, antes de viajar, tuve la cándida e inocente “precaución” de llamar a la embajada del Bolivia en Washington para obtener información fidedigna acerca de la documentación necesaria para Ingresar como turistas al suelo del país plurinacional y asegurarme de primera mano para que no hubiera “malos entendidos” y evitar así cualquier contratiempo.

Serian como las 11 de la mañana de un lunes cuando le di vueltas a la manija de mi teléfono a magneto cuando llamé, pero nadie contestó. Esperé otros minutos y volví a marcar pero tampoco nadie contesto. No entendi porque nadie contestaba, porque según la página de web del consulado, el horario de atención al público era desde las 10 de la mañana hasta las 2 de la tarde.

No tardé mucho en darme cuenta que observaban “horario bancario reducido” como si el consulado fuera una sucursal bancaria de alguna provincia olvidada de Bolivia o seria que sus fines de semana incluían los lunes.

Eran ya pasadas las 11:45 de la mañana y ni huella ni rastro de los personeros diplomáticos.

Lo más probable era que estaba sucediendo una de dos cosas. O estaban curando el chaqui del día anterior o estaban opilándose los manjares de su “sajra hora”.

Cualesquiera que fuera el caso, lo que estipula el más importante derecho laboral boliviano, es que ambas actividades son sagradas e imposibles de incumplirlas ni por muy delicado que sea el asunto y mucho menos por el simple hecho de tener que responder a llamadas telefónicas o contestar preguntas capciosas.

No cabía duda que eso fue lo que estaba ocurriendo porque no había otra explicación más coherente y racional para justificar tal ausencia.

A las 12.45 pm marque otra vez, esta vez, rezando al omnipotente puse muy temblorosamente el auricular en mi oreja apoyé mi hocico en la bocina y dije:

¿Hola? ¿Consulado de Bolivia?

Una voz aguardentosa respondió con un simple e inaudible “sí”. Tan escueta y breve fue la respuesta que salió de la tráquea del interlocutor que se escuchó como un eructo casi asfixiado en busca del último suspiro y dio la impresión de que se estaba atragantando al pronunciar esas dos (letras) vocales, seguramente como producto de la indigestión de su sajra hora.

Sin duda, el empleado padecía de dolor de barriga, estaba experimentando un mal día o ultimadamente no le daba la gana de ser un poco más amable porque respondió como si me estuviese haciendo un favor y como si expresar una sentencia completa con verbo y sustantivo costara dinero y para el colmo como si responder por teléfono y con un tantito de educación sería una ocupación onerosa.

“Yo soy boliviano nacimiento pero mis hijos con los que viajo de turismo a Bolivia son americanos, ¿cuáles son los requerimientos para ingresar al país?” le pregunte.

Contestó con otra abreviada sentencia de dos palabras “Le transfiero”, exclamo.

Transcurrieron no menos de 3 minutos cuando otra vos aún más aguardentosa dijo, ¿En qué le puedo ayudar?

Le volví a repetir la pregunta. Esta vez, no tardo la respuesta que vino clara como como cristal y sin ningún atisbo de duda. Con un tono autoritario me dijo: “usted como boliviano de nacimiento no necesita naranjas para entrar a su suelo natal; pero sus hijos sí necesitan visa de ingreso, la cual la obtiene una vez desembarcado en el aeropuerto de La Paz” añadió con una certeza absoluta.

Yo para asegurarme aún más le pregunte si necesitaba algunos documentos adicionales. Me contesto que no, que sólo necesitaba sus pasaportes actuales y que eso era todo.

El día del viaje, ya en el aeropuerto de Houston me dirijo a unas estaciones electrónicas para imprimir mi pase a bordo. Entro mi código de reserva en un campo de búsqueda, aparecen los nombres de mis hijos y el mío, chequeo que la información es correcta y pulso un botón que dice imprima su pase a bordo y zas en un abrir y cerrar de ojos lo tenemos todo listo y nos dirigimos a seguridad, nos quitamos los calzados y bla, bla, bla .. y 15 minutos después estamos ya en vuelo a Miami .

Llegamos a Miami ya entrada la noche y nos fuimos a un hotel Marriot cerca del aeropuerto a pernoctar. En la mañana, luego de desayunar tomamos nuestro “shuttle” rumbo al aeropuerto.

Repetí la misma rutina que hice en Houston para imprimir mi pase a bordo pero esta vez la computadora de la estación de check-in se detuvo antes de imprimir con un mensaje que decía que debería presentarme en el mostrador.

Entrego los pasaportes a una empleada de American Airlines que tenía una cara de monolito por lo adusto de su mirada, esta revisa minuciosamente nuestros pasaportes y nos escruta de pies hasta cabeza como si fuésemos talibanes o algo así y me dice: usted no tiene problema pero sus hijos no pueden embarcar.

En ese momento me resbala un frío por todo el cuerpo y se me ponen los pelos en punta y asustado le pregunto el porqué. Me echa una mirada esquiva y me dice que necesito fotos a colores tamaño carnet de los niños, carta de invitación de alguien domiciliado en Bolivia, fotocopias de mis huellas digitales, balances y cuentas de banco, el peso total de mis esterlinas y macuquinas y por ultimo un documento notariado con calca y en duplicado firmado por la madre autorizando el viaje de mis propios hijos.

Me quedé petrificado y temblando no de frío sino de bronca porque me quedaban escasamente 2 horas para que salga mi vuelo y al parecer no había nada que pueda la aerolínea hacer por mí y mucho menos la burócrata troglodita, quien ni siquiera pestañeó cuando le informé que yo había llamado personalmente al consulado donde me comunicaron que solo necesitaba los pasaportes en orden.

Sentí una rabia inmensa conmigo mismo por no haber verificado la información brindada. No la verifiqué porque muy cándida y cojudamente pensé que los funcionarios del mentado estado plurinacional eran personas calificadas, serias y experimentadas para trabajar en posiciones tan sensitivas como son los consulados y embajadas.

Mientras esta hecatombe tenía lugar en medio del tumulto de gente que hacía cola, el reloj continuaba su imparable tic-tac recordando que me quedaba menos de dos horas para hacer algo o perdería mi vuelo. Pienso un rato (lo cual es muy raro para mí) y decido salir del aeropuerto de Miami a las volandas.

Empecé a correr como gallina sin cabeza por los pasillos del aeropuerto tratando de encontrar una de las múltiples salidas. Tan descocadamente corría por la preocupación y la urgencia que empecé a derramar los regalos que llevaba en las manos y de mis bultos empezaron a caer como frutas maduras los ipods, los bacines de porcelana, las alcancías de lata, los peines de plástico, los pisapapeles y otros cachivaches que llevaba en calidad de obsequios.

Así de apurado y sin dirección concreta corría que estoy seguro parecía a una brújula sin puntos cardinales, o más apropiadamente me asemejaba a un ekeko con diarrea en busca de baño.

Corría atolondrado sin importarme el que dirán de la gente ni percatarme que mis pertenencias se estaban regando por doquier dejando una huella repleta de mercadería que el tal aeropuerto parecía una fiesta de alasitas.

Como no tenía más extremidades que mis manos ocupadas para sujetar los regalos, no tuve otra manera que continuar la carrera arreando y pateando mis bultos como si fueran valijas rodantes de aguayos multicolores.

Para mi fortuna, el asombrado griterío de la muchedumbre que chillaba a pulmón abierto ¡ábranle paso!, ¡ábranle paso! fue mi gran acicate que me abrió el camino y así casi desfallecido y con mis guaguas a cuestas llegué al paradero de los taxis que quedaba casi medio kilómetro más allá, en las entrañas mismas del endemoniado aeropuerto.

Al chofer le dije que me lleve urgentemente al CVS más cercano. Los CVS son una cadena de tiendas a nivel nacional donde entre otras cosas toman fotos y las revelan al instante.

Así de llegar nos bajamos al vuelo y sin escarmentar por lo que me había pasado, le suplico al chofer que me espere con el carro funcionando que no tardaba en volver.

Otra vez como todo cojudo cometí la locura de confiar en el taxista porque nuestras valijas estaban en la maletera del taxi.

De los regalos ya ni me preocupaba porque se quedaron botados a su suerte en los pasillos del aeropuerto.

No tuve más alternativa que confiar en el taxista pero gracias Dios no pasó nada porque al salir lo vi sentado en su coche leyendo su periódico y escuchando su música.

No tengo duda alguna, de que, el taxista de ser un cholo avispado de esos que andan por ahí, esos mismos que ni siquiera son afiliados al sindicato pero manejan transformers para recoger gente de contrabando, seguro se daba a la fuga con nuestras pertenencias y ahí sí que nos quedábamos en medio camino literalmente como se dice “más pelados que Adán y Eva” tapándonos nuestras intimidades con las fotos 4 por 4 que nos habían requerido en vez de las reglamentarias hojas de parra.

Con suerte, el primer requisito se resolvió con un pago de 35 dólares por el costo de las fotos.

Una vez resuelto el primer escollo, ahora necesitaba mis cuentas de banco y los demás papeleos que me habían pedido. Para esto necesitaba el uso de una computadora y una impresora.

Busqué afanoso en el browser de mi teléfono la dirección del Kinkos más cercano. Kinkos son unos negocios tipo café internet, en los que se imprimen documentos, se sacan fotocopias y generalmente tienen computadoras.

El kinkos más cercano quedaba en Coconut Grove a unas 7 millas de donde estábamos, no teníamos más remedio que nuevamente continuar el recorrido en el taxi. Mientras tanto el tacómetro seguía sumando las distancias y calculando el precio de cada milla recorrida, la misma que subía y subía como si fuera calentura.

Finalmente llegamos a la tienda donde logré imprimir los estados de cuenta de mi banco y los otros documentos. Tales requerimientos se resolvieron con la erogación monetaria de $2.55 por concepto de uso de internet e impresión de documentos. Toda una baratija comparado con el costo de las pinches fotos.

Ya rumbo al aeropuerto, al taxista le dije que deje de manejar como si fuera un jubilado porque no teníamos tiempo y en vez compadecerse de nuestras malas fortunas al igual que una beata de convento nos lleve de regreso volando como un cohete porque nos quedaban escasamente 30 minutos para abordar.

Al momento de apearnos del taxi le agradecí por su paciencia y solidaridad pero no me quede muy contento porque el costo del taxi fue de $125. Tercer requisito resuelto.

Llegamos jadeando al mostrador a lo de la misma empleada de American Airlines que estaba parada como un espantapájaros. Así de vernos puso una cara de “ay yo no fui” y nos dice ya no podemos embarcar porque hace 5 minutos que acababan de cerrar seguridad.

La mire con una furia enloquecedora y con ajos y pimientas le dije que todavía nos quedaba media hora para embarcar. Ella para no dar cara, enterró la cabeza debajo del mostrador como un avestruz de cuarta cacha y me mostró un papel donde decía que exactamente media hora antes de despegar, ya no se podía hacer un check-in.

Vi mi reloj y comprobé que eran exactamente la 1.35 de la tarde. El avión estaba programado para despegar a las 2 en punto y aterrizar en Alto a las 9 de la noche.

Me senté agotado y derrotado en un sillón del aeropuerto por un tiempo que me pareció infinito hasta poder recuperar fuerzas y un poco de aliento.

Al final me resigné, porque hice todo lo que pude de mi parte pero por la intransigencia de una des compasionada burócrata y la falta de 5 tristes minutos, no pudimos abordar.

Volvimos al mismo hotel y muertos por el cansancio, después de una cena rápida nos metimos en la cama y dormimos como angelitos.

Despertamos al día siguiente por los silbidos que hacían los albatros revoloteando incansables en los bordes del mar buscando algún que otro pez despistado y por el intenso olor que desprenden los cocos al caer de las palmeras que rodean el hotel.

Felices despertamos porque en espacio de unas pocas horas estaríamos rumbo a Bolivia, salvo otro percance. Para evitar otra sorpresa de último momento nos fuimos muy temprano al aeropuerto.

Una vez ahí, con temor me acerque al mostrador pero aliviado comprobé que la mofletuda del día anterior, bendito sea Dios, no estaba ahí.

Entregué la documentación a otro funcionario de American Airlines y luego de un momento y sin ningún problema nos entregó nuestros pases a bordo.

Ya menos agobiados pasamos por seguridad y en menos de que cante un gallo, nos encontramos sentados en unas butacas de cuero esperando abordar la nave que nos llevaría a nuestro destino.

A manera de practicar mi aritmética hice un simple cálculo y me di cuenta que el asunto me estaba costando un montón considerable de plata porque tenía que sumar el costo de la cena, costo de otra noche en el hotel, desayuno, transportación, las fotos, taxi, fotocopias, etc en balance fueron $481.55. Más un monto incalculable de empute.

Estaba como carcomido por la bronca no solo por la cuestión económica sino porque ya había perdido todo un día. Sin embargo me tranquilicé y riéndome del asunto achacaba la culpa democráticamente a la cojuda de American Airlines y al pelotudo de la embajada.

Por fin, a eso de las 1.20 pm anuncian que debemos abordar el vuelo. Como es de costumbre en estos momentos se desata una anarquía total porque la gente es tan cojuda que quiere entrar al avión a empujones como rebaños de guanacos sin respetar que si son pasajeros de primera o de segunda (porque eso sí, en el avión, aunque no hay lucha de clases, los asientos están debidamente demarcados).

Entran así, unos por encima de los otros, pensando que si no se apuran les van a quitar sus asientos o que el avión se va a llenar como si fuera una flota de Potosí a Oruro a punto de partir.

Luego del caos que duró como 20 minutos y ya todos debidamente sentados y abrochados con los cinturones de seguridad, el avión empieza a deslizarse por la pista para emprender vuelo y de pronto la voz de capitán anuncia que por motivos inesperados debemos permanecer en la nave hasta nuevo aviso.

Quien ha pasado una experiencia similar sabe que estar atrapado en un avión en plena pista y sin la posibilidad de salir, es más duro y desesperante que una tortura china. Es tan álgida la situación porque ni siquiera te permiten ir al baño para aflojarte un poco.

Mientras pasaban los minutos el ambiente en el avión empezó a ponerse denso, parecía que por la angustia y la desesperación, de los poros de las gentes empezaron a brotar unas salmueras viscosas que taparon los expendedores de aire acondicionado lo que convirtió al Boeing 737 en una sauna socialista sin derecho a ventilación. Y para empeorar la situación todos los pasajeros al unísono empezaron a emitir unas ventosidades auríferas que empañaron todas las ventanas del avión e impregnaron el recinto con un olor rancio a chajchu podrido.

Se sentía un traqueteo brutal en la panza del avión y un bajar y subir de maletas que nadie entendía el porqué. Hasta que finalmente otra vez la voz del capitán anunció que en unos segundos estaríamos partiendo y se disculpó del asunto como si el atraso fuera culpa suya. Despegamos, y en unos minutos estábamos enfilando al cielo, surcando los mares del Atlántico hacia el sur.

Seguramente debido al despelote que la gentuza armó al momento de abordar el avión, los funcionarios no se percataron de un error garrafal y peligroso, tanto así que un tipo se equivocó de avión y se subió al nuestro.

De que existe gente cojuda en el mundo, nadie lo niega. Pero este tipo se pasó de la raya.

Resulta que ya dentro del avión y casi a punto de partir, al escuchar la conversación de dos pasajeros que estaban sentados a sus costados (porque el mequetrefe para el colmo de los males, había escogido el asiento del centro porque dice que tenía vértigo) se da cuenta de que está en el avión equivocado porque Cochabamba y Sucre que eran los destinos de sus compañeros de viaje no figuraba en su itinerario. Y así fue que se percata de su cojudez.

Era verdad que este carcamán estaba viajando a La Paz según atestiguaba su pase a bordo, pero no a la sede del gobierno de Bolivia sino a la ciudad de La Paz en México.

Se estableció que el muy bolas tristes al momento de embarcarse solo leyó el nombre de La Paz en la pizarra electrónica cerca de la puerta de abordaje y eso le bastó. Pero no se molestó en leer a continuación que en letras grandes y entre paréntesis decía La Paz- Bolivia.

Según la explicación de capitán de la nave, en casos como ese y por cuestiones de seguridad el avión no puede partir hasta determinar con 100% de certeza el origen y destino de las valijas.

Ahora se entendía el porqué del traqueteo que se escuchaba. No era por otra cosa que el trajín de bajar todas las maletas y chequear con la lista original y una vez comprobado y haber casado cada nombre con cada maleta, volverlos a subir.

En resumidas cuentas, por culpa de un pobre pelopincho nos quedamos varados casi dos horas en plena pista, empapados por el sudor y con nuestras vejigas a punto de explotar.

En fin, ya en pleno vuelo intente dormir pero no pude por la ansiedad de llegar a La Paz y me entretuve viendo películas viejas y así sin pensarlo paso el tiempo hasta que sería como las once de la noche que otra vez suena la voz ya familiar del capitán de la nave con otro anuncio.

Haciendo una sumatoria de las horas de vuelo, yo inferí, que ya deberíamos estar por aterrizar en el Alto. Y pensé que eso era lo que el capitán iba a anunciar. Sin embargo, lo que dijo el capitán cambió todo, porque ahora estábamos yendo rumbo a Santa Cruz a esperar nuevas instrucciones.

El caso fue que precisamente en esos momentos el avión presidencial estaba a punto de ingresar en cielo Boliviano, luego de un tumultuoso viaje de regreso desde las estepas de Moscú, donde el presidente había ido en una gira de negocios y para comprobar por cuenta propia que si era verdad o no de que las torretas del Kremlin estaban hechas de nieve y caramelo como afirmaba la oposición contrarrevolucionaria de Bolivia.

Por la prensa me enteré que días antes ciertos países Europeos, específicamente esos de Francia, Portugal y Suiza quienes, según el endógeno mandatario, son colonias de los yanquis, chupamedias y vasallos de los imperialistas gringos, tuvieron la osadía de negarle volar por sus espacios aéreos.

¿Quiénes eran esos tales por cuáles que le negaron volar a su excelencia? Al secretario general de la utopía política llamada MAS, Al secretario de deportes emérito de los cocaleros del Chapare, al doctor honoris-sin-causa, al presidente y cabo general de las fuerzas armadas del estado plurinacional de Bolivia?,

¿Negarle espacio aéreo nada más ni nada menos que al Ilustre y Don adelantado Evo Morales durante su retorno triunfal de Rusia por la simple sospecha de que llevaba a un tal Snowden encerrado en posición fetal dentro de una muñeca Matryoshka que le había obsequiado Putin?

Con ciega razón y ante semejante atropello, el presidente había decidido vengarse de los responsables de tal bloqueo aéreo y no dudaba de los gringos atrevidos habían concertado semejante embrollo.

Para demostrar que él tenía la sartén por el mango y para recordar que cuando el mandatario se emputaba, era recomendable que medio mundo ponga las barbas al remojo.

Así nomás en pleno vuelo él había ordenado, que por el espacio de 5 horas, nada ni nadie, ni ángeles ni espíritus santos deberían de volar en el firmamento ni aterrizar en las pistas de Bolivia mientras el emperador criollo surcaba los cielos de los Andes.

Fue temible y tajante la orden que los generales del alto mando despacharon a los Jets de combate del Grupo Aero de Caza de las FAB desde del hangar de la base aérea antimisiles de Achacachi a patrullar las nubes para asegurarse que ni hasta una mosca vuele en esas horas.

Para su mala suerte, en las cercanías de Patacamaya encontraron a una bandada de Cóndores y Alkamaris que alegres volaban en su ruta peregrina hasta los nevados de la cordillera.

Como tenían órdenes irrefutables los pilotos de la FAB no tuvieron más remedio que desviar el vuelo de esas aves hasta el último hito de la frontera para evitar que se crucen con la nave presidencial para que el alto mando no piense que eran drones americanos en ruta a atentar contra el vuelo sagrado del presidente.

Fue así que sin pena ni culpa alguna nos desviaron a Santa Cruz y tuvimos que esperar que aterrice el avión presidencial, que desembarque el emperador y pase revista a la guardia imperial y cumplir con todos los protocolos de ocasión que no son pocos, porque esos tipanackus y esas echadas de mixturas y enredaderas de serpentinas duran bastante.

Y como si eso no fuera suficiente nos quedamos esperando dos horas más de yapa porque a las huestes y a los grupos de apoyo que habían circundado el aeropuerto en apoyo al mini dictadorzuelo les entró las ganas de vacilar y sin más ni más, decidieron aprovechar la ocasión y aunque ya era Julio empezaron a festejar como si fuera la Noche de San Juan con tragos, fogatas y cuetillos hasta la madrugada.

Ultimadamente llegamos a La Paz, justo cuando los primeros rayos del sol se posaban en la cresta mayor del Illimani. Nos dirigimos a inmigración y para sorpresa mía, ni preguntaron ni quién diablos era, ni de dónde venía, ni adónde iba, ni una mísera mención de las fotos, ni cartas de invitación, ni estamentos de banco ni tales papeleos ni que ocho cuartos. A las arcas del estado plurinacional solo parecían interesarles la plata, porque lo único que me dijeron fue son $145 por nuca por derecho de visa.

Milisegundos después de amollar la guita, zas se abrió la puerta. Finalmente ya estaba aunque titiritando de frio respirado el aire limpio de la Cuidad Nuestra Señora de La Paz.

Fue así que después de casi 48 horas, llegue a mi destino, luego de haberme quedado varado en EEUU por culpa de unos burócratas que mal me informaron y varias horas más en mi propio país porque al señor presidente le dio la gana de cerrar los aeropuertos de pura bronca como si yo tuviera la culpa o algún carajo que ver con que a el también lo dejaron varado en las pistas de Europa